miércoles, 28 de agosto de 2013

“EN NOMBRE DE LA NACIÓN MEXICANA”: LA FORMACIÓN DE LA LEGITIMIDAD Y OPINIÓN PÚBLICA EN MÉXICO (1808- 1836)


Víctor Felipe Espinal Enciso
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, estudiante de 4to año.
vfe_129@hotmail.com

Resumen: Las claves para la formación de la legitimidad del gobierno mexicano entre 1808 y 1836 ha radicado en la retórica que se ha elaborado desde dos posiciones: una a favor y otra en contra, las dos convergieron en un terreno donde éstas se despliegan desde diversas formas: partidos políticos, ciudadanía, prensa, políticas culturales que buscan cohesionar bajo un discurso a la mayor cantidad de personas que sean necesarias. Las oposiciones de los discursos sobre la legitimidad y opinión pública en México pasan de no ser tolerados a una mejor manera de poder contrarrestar el discurso disidente, todos ellos entre los años referidos, etiquetados bajo el título de la nación en construcción conflictiva.
Palabras clave: México, nación, ciudadanía, legitimidad, opinión pública.

“A gran escala, el gobierno directo hizo que la ciudadanía fuese sustantiva y con ello hizo posible la democracia. Posible, pero no probable, y menos aún inevitable: los instrumentos del gobierno directo han sostenido muchas oligarquías, algunas autocracias, un buen número de Estados controlados por ejércitos y partidos (…) la mayoría de los regímenes siguieron estando lejos de ser democráticos”[1]
            
         El terreno del despliegue de los lenguajes políticos dentro del universo social, primero, no tiene que analizarse desde las ideas porque éstas representan asociaciones mentales que responden a una coyuntura determinada y que –según Paltí- no trazan un horizonte de expectativa para la historización de éstas; segundo, se tiene que asegurar metodológicamente que el lenguaje sea compartido por un determinado grupo social que mantenga una temporalidad de éstos y que no se vea mutado en una corta duración; tercero, es importante establecer una relación entre los actores políticos, los medios que utilizan para hacer de las ideas políticas unos lenguajes políticos que perduran (paso de la idea a lenguaje) y los resultados que se dan en la formación del Estado donde se despliega esta interacción; tercero, el poder que se despliega es un poder imaginario que muta de acuerdo con la política.

La construcción del Estado y de la democracia en América Latina responde a diversas entradas políticas, tales como: 1) el grado de polaridad de los diferentes grupos políticos que salieron victoriosos luego de las guerras de Independencia; 2) la forma de debate que se tuvo para la construcción de los partidos políticos que osciló entre el ocultamiento (panfletismo doctrinario), la libre exposición de ideas (faccionalismo político) y la guerra sucia entre éstos[2] y, 3) la capacidad de centralización y concentración del gobierno. Desde la perspectiva de López Alves se muestran complejidades del Estado tales como la interacción entre democracia y el autoritarismo, la formación estatal a través de las relaciones políticas entre la burguesía, las industrias en formación y las clases sociales (relaciones laborales) y la institucionalización del Estado en las zonas rurales donde el gobierno borbónico tenía por zonas conflictivas y que posteriormente se tienen que asimilar.[3]

Con respecto a México se han visto diferentes despliegues de la razón y retórica que se ha mencionado anteriormente, la particularidad de éste reside en la permanencia de los lenguajes políticos desde las épocas monarquistas hasta bien entrado el periodo temprano republicano que posteriormente a finales del S.XIX convergen con ideas de darwinismo social como el positivismo y su idea de la ingeniería social. La centralización del poder se da por medio de la herencia colonial, la cultura como motor y disciplina social ha servido para la formación de los entes corporativos donde la sociedad civil gana experiencia y se lanza a la arena de la conquista política de su autonomía durante el periodo de la Independencia.[4]

“Una primera aproximación a la evolución semántica del concepto de opinión pública sugiere la necesidad de adoptar –en las siguientes páginas– un ordenamiento cronológico, que no presume, sin embargo, un desarrollo progresivo del mismo. Por el contrario, veremos cómo en cada etapa se superponen, solapan y coexisten diversos significados en relación con los cambiantes contextos históricos de cada uno de los espacios territoriales que integran el gran conjunto hispano-luso (…) de modo que si abordamos el concepto en su propia temporalidad, se pueden establecer (…)  momentos generales de coincidencia entre los textos.[5]


La construcción del estado mexicano –siguiendo las líneas de Daron Acemoglu-[6] se inscribe en la línea de los estados débiles que carecen de potestad tributaria ni de regulamiento de la economía lo cual –el Estado mexicano- no puede ejercer una presión efectiva sobre los agentes político- sociales que se despliegan en su jurisdicción, para ello, el asegurar el poder de influjo o el solo hecho de construir su legitimidad y autoridad responde a la necesidad de crear bienes públicos socialmente productivas, la ciudadanía se ejecuta desde una visión de atrincheramiento y se mantiene en su naturaleza de acuerdo a las concesiones que el Estado pudiese dar. A la par de esta construcción, Hilda Sábato[7] menciona que la ciudadanía formó parte de las preocupaciones políticas, idiomas del contenido social y prácticas culturales que se formaron para “modelarla” y proyectarla hacia el ejercicio político conforme a la construcción del Estado. La igualdad luego de la crisis borbónica de 1808 (que en los lenguajes políticos de la época se apela “en nombre de la Nación”) es un constructo de las nuevas representaciones sobre la comunidad política que dio lugar a una erosión –paulatina, no inmediata- de la noción de los cuerpos políticos y que va dibujando a la par los derechos políticos de la población que participa de ello.

 Una vez que la monarquía española cayó, surgieron dos cuestiones bien puntuales. En primer lugar: ¿cómo reconstruir un orden político sobre la base de la soberanía popular? Esto era tanto una parte teórica y una cuestión muy práctica. En segundo lugar: ¿cómo dar forma a las nuevas organizaciones políticas ("naciones"), que iban a ser las fuentes de ese soberano poder, así como los dominios para su aplicación? No hubo respuesta simple a estas preguntas. El modelo de la moderna nación unificada, que consiste en la igualdad[8] y la de individuos autónomos, distribuidos desde el principio en el siglo XIX, pero se produjo en muchas versiones diferentes y sucesivas transformaciones experimentadas. Una aseveración clave se puede mencionar: la independencia y el proceso de construcción de los estados en América Latina fue un verdadero experimento político que utiliza el “nuevo producto mutante”, la democracia.

El proceso de independencia para México fue de carácter provincial, más que una guerra de independencia –como fue en el caso peruano- fue una guerra civil donde se enfrentan los mismos mexicanos por tener la primacía del poder independiente. La guerra civil se concibe como una variante de la guerra político- estatal donde cada uno de los actores opuestos en ideas define la política como un despliegue/inhibición de poder de su enemigo partidario. Las guerras civiles, el comercio resquebrajado, los intentos de secularización para la Iglesia y la crisis agraria dieron propuestas de solución focalizadas- regionales- particularistas donde el legado de la independencia mexicana fue que el poder legítimo no pudo ser revocado por otro, se dio una continuidad de las divergencias que habían sido instituidas durante la crisis borbónica.[9]

El vocabulario político que –según Paltí- se muestra en el terreno de los lenguajes políticos en México revela tensiones como: modernidad/tradición, ilustración/romanticismo, racionalismo/nacionalismo, individualismo/organicismo; todos ellos están proyectados hacia los usos públicos del lenguaje de las conductas políticas que muestra una complejidad de la crisis del sistema institucional borbón y que se proyecta en su temporalidad en los primeros momentos del Imperio, la República y el Porfiriato, todos ellos, inscritos en dos momentos clave de la política mexicana: 1) el modelo jurídico de la opinión pública (1824- 1854) en donde Paltí utiliza conceptos de J. P. Pocock[10] como el momento maquiavélico y adhiere otros dos como el momento hobbesiano[11] y rousseauniano[12]  y, 2) el modelo estratégico de la sociedad civil donde incorpora en la narrativa elementos como positivismo e ingeniería social con miras a una construcción homogénea de la nación, de la visión política oficial de la sociedad.[13]

El modelo jurídico de la opinión pública según la propuesta de Paltí para el caso mexicano transita entre la contingencia restringida hacia una secularización de las bases políticas del comienzo de la República donde se vería a mediados del S.XIX otra visión de la política mexicana. Para poder lograr ello, México atravesó una serie de experiencias políticas que oscilaron –desde el ámbito de la opinión pública- de una clandestinidad hacia una apertura, de una “opresión por la libertad de expresión” hacia una libertad con miras a la pedagogía política de la sociedad. Las tendencias seculares de “la verdad” de la opinión pública muestra –dentro del periodo maquiavélico (1824-1836)- dos momentos: la era de Lizardi y la era de Mora.

Mora critica lo que Fernández de Lizardi entiende como la metafísica del discurso.[14]  Habla de una separación de los conceptos sobre la opinión pública y no lo inscribe desde una dimensión moral como lo hizo el primero, “el concepto de Fernández de Lizardi reducía la política a una cuestión ética (una inclinación moral natural), el de Mora la reducirá a una de índole cognitiva (una capacidad de discernimiento adquirida)”[15]. La moralidad –según el autor Escalante- como prefiere denominarla el autor haciendo referencia a Kant, aparece como una estructura, como un orden. No son preceptos aislados, sino formas de organización de la vida social, de campos enteros de actividad; es posible, por lo tanto, identificar los ejes en torno a los cuales se construye, y que dan coherencia a los juicios dispersos de la vida cotidiana. La idea del ciudadano reposa sobre el conjunto de valores y supuestos del individualismo. El ciudadano antes que otra cosa es un individuo, y como individuo es la realidad básica de la vida social. La decisión para la opinión pública para Mora radica en la elección racional para hacer y decir lo que crea conveniente, la elección se muestra dentro del campo de inicio del lenguaje, no implica una llegada o culminación de éste. La elección es el inicio no el final de la opinión pública.

Resumiendo, antes de estos momentos el vacío del poder, el terreno de la anarquía se dan las experiencias previas del surgimiento de la opinión pública (Cádiz: prensa, masones, logias, espacios públicos) que muestran para esos momentos la temporalidad de la retórica con pautas escolásticas, es decir, antes de 1808 la opinión pública y la legitimidad estaban regidas por cuestiones divinas, absolutistas y monolíticas (en el sentido de la opinión); la era de Lizardi (1808-1823) muestra una nueva variante: la moralidad subjetiva de la opinión pública se complementa con la “autoridad personal” para poder ejercerlo. Surge la comunidad ética a partir de la torsión de los lenguajes que trae consigo la independencia. Los albores de la era de Mora (1823-1828) muestra la necesidad de suprimir los faccionalismos, se da una entrada pasada de la retórica, una versión moderna de la escolástica aplicada a la opinión pública, la demagogia es atacada.[16]

La legitimidad se vincula con la opinión pública (L+OP) en cuatro momentos dentro de este periodo que dan como explicación la siguiente varianza: 1) Antes de 1808 la [L+OP] se proyectó desde terrenos escolásticos, la verdad pública es la verdad de Dios; 2) Luego de la independencia se implanta el Imperio que –según Paltí- es una respuesta política para evitar los disensos y el faccionalismo de los partidos políticos que surgen luego del primer momento, la verdad es la verdad del Imperio; 3) Con la independencia y la implantación del Imperio la [L+OP] se despliega en las facultades de la Constitución que será un nuevo portador de la verdad, la verdad es una verdad constitucional[17]; 3) Luego de la desintegración del Imperio la [L+OP] se traslada hacia la República, este ideal de proyectar la ley en su diversidad para poder conciliar a los cuerpos cívicos trajo como efecto la institución de la verdad en las acciones legítimas del gobierno republicano pero con una variante, si se incurre en actos ilegítimos la insurrección es legal, el imperio de la razón (1828-1833) reside en la capacidad de interconciliación, es decir una negociación múltiple con los diferentes actores políticos, ¿y la verdad?, ella reside ahora en la voluntad popular a través del ensamble institucional. 4) Este tercer momento la [L+OP][18] trajo como efecto la cuestión de los cuerpos sociales que a raíz de la versión de la insurrección, el fantasma de la revolución entraría en la palestra. Ante ello la necesidad de centralización del poder por medio de la dictadura se vuelve primordial, la entrada al momento hobbesiano es inevitable.[19]

            En los cuatro casos la construcción de la opinión pública como una forma política que actúe como Estado Gendarme o como un soldado político necesario para la sociedad hizo que este concepto adquiriese múltiples prerrogativas para que se inscriba en la esfera pública político- legislativo- judicial. Siguiendo las perspectivas de Tilly, para el caso de México entre 1808 y 1836 se dio una oscilación dentro del mundo político de: un régimen no democrático de baja capacidad con escasa voz pública (que solo es permitido por el Estado) a, un régimen democrático de baja capacidad con momentos fuertes de la actividad política pero con un seguimiento estatal menos efectivo donde los niveles de violencia letal en la política pública son elevados que –para Paltí- terminan en el Porfiriato.[20] La igualdad dentro de los términos expuestos se dibuja desde dos entornos: 1) la igualdad como principio equitativo desde una perspectiva de reconocimiento y capacidades que todos pueden tener, la igualdad se funda en la isonomía (igualdad bajo la ley); 2) la igualdad como principio proporcional que requiere de un Estado fuerte que vele por ello, la igualdad se maneja en términos proporcionales y la democracia se manejó dentro de los grupos como democracia consorcional (cada partido = un consorcio que busca monopolizar el poder).

En suma, 1) la influencia de la independencia, 2) el caudillismo y la anarquía y, 3) las autocracias unificadas bajo el poder de organización del modelo político mexicano engranó tres ideas centrales: liderazgo, organización de los grupos políticos (formales e informales) y el diseño de estructuras políticas (partidos y poderes del gobierno). Entre 1808 y 1836 el Estado mexicano es un estado de corte patrimonial porque se pasa de ser súbditos coloniales a ser ciudadanos (con ciertas limitaciones de igualdad), la retórica que se emplea es una construcción diversa de una “sociedad de masas”, la opinión pública y la autoridad se despliegan como factores transversales que atraviesan las variables para la construcción del modelo político del México republicano: todo el despliegue de estas variables se hace en nombre de la nación mexicana.


BIBLIOGRAFÍA:

ACEMOGLU, Daron (2005), “Politics and Economics in Weak and Strong States”. NBER Working Paper No. 11275. Expedido en abril de 2005. Programa NBER(s): EFG POL.

ESCALANTE MONTALVO, Fernando (1995), Ciudadanos Imaginarios. México: Colegio de México.
LÓPEZ ÁLVES, Fernando (2003), La formación del Estado y la democracia en América Latina. Colombia: Editorial Norma.
PALTÍ, Elías (2005), La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (un estudio sobre las formas del discurso político.

TILLY, Charles (2010), Democracia. Madrid: Editorial Akal.



[1] TILLY, Charles (2010), Democracia. Madrid: Editorial Akal. p. 51-52.

[2] La formación de los partidos políticos en América Latina da una conciliación entre el Estado, el ejército y la sociedad civil donde se esboza tres escenarios: 1° escenario, las guerrillas urbanas y rurales permitieron la formación autónoma de las Fuerzas Armadas, el regionalismo militar se entrelaza con el faccionalismo partidario, 2° escenario, la interacción entre la coalición partidaria y las instituciones gubernamentales permitió la incorporación de los pobres rurales, eso genera una entrada de legitimidad para los partidos, 3° escenario, se establece una necesidad de conducción política por los sectores dirigentes del “antiguo régimen” para asegurar la estabilidad social.
[3] El miedo a la plebe y el fantasma de la revolución estaban presentes en el imaginario colectivo por ello se hizo necesario la formación de cuerpos cívicos para la entrada criolla al gobierno independiente. Ver para el caso del Perú, véase: MONTOYA, Gustavo (2002), “Protectorado y dictadura: 1821-1822. La participación de las clases populares en la independencia del Perú y el fantasma de la revolución. En: La independencia del Perú y el fantasma de la revolución. Lima: IFEA- IEP. pp. 99- 151. Para el caso de Chile donde se establece un silencio de la historiografía nacional sobre la construcción “criolla” del Estado: SAGREDO BAEZA, Rafael. “La independencia de Chile y sus cadenas”. En: Marco Palacios (coord.) (2009), Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después. Bogotá: Grupo Editorial Norma. pp. 209-247.
[4] Para ver la interacción entre la insurrección, los proyectos políticos criollos y las respuestas a los líderes de la rebelión popular con vertientes religiosas, ver: VAN YOUNG, Eric. “Insurrección popular en México 1810- 1821”. En Marco Palacios (coord.), Óp. Cit. pp. 309- 339. BREÑA, Roberto. “Peculiaridades de la revolución hispánica: el proceso emancipador de la Nueva España (1808- 1821). pp. 275- 308.
[5] GOLDMAN, Noemí (2009), “Legitimidad y deliberación. El concepto de opinión pública en Iberoamérica, 1750- 1850”. En: “Opinión Pública”, pp. 979- 1104. FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier (Director). Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750- 1850. España: Fundación Carolina. p.983. Goldman va por la misma línea que Elías Paltí aborda para el tema de la retórica en México, ella menciona que la opinión pública no es un efecto propio de Cádiz sino que se va gestando anteriormente y que a partir del periodo comprendido entre 1814 y 1830 las dificultades para poder consolidar regímenes constitucionales y las luchas entre partidos darán un incremento del uso de los recursos retóricos para redefinir el concepto de opinión pública en función a ciertas pautas políticas.
[6] ACEMOGLU, Daron (2005), “Politics and Economics in Weak and Strong States”. NBER Working Paper No. 11275. Expedido en abril de 2005. Programa NBER(s): EFG POL.
[7] SÁBATO, Hilda (2012), “Political Citizenship, Equality, and Inequalities in the Formation of the Spanish American Republics”. En: Desigualdades.net. Working Papers Series. N° 16. pp. 1-27. http://www.desigualdades.net/bilder/Working_Paper/WP_Sabato.pdf. Recuperado el 12/07/13.
[8] La nueva igualdad política no puede ser igual que la igualdad civil o la social ya que la primera categoría no contiene elementos que están incluidos en ese momento (S.XIX) de la segunda y tercera categoría ya que era ajeno a la visión cristiana del mundo y de las iniciales representaciones del liberalismo. Pierre Rosanvallon menciona que la igualdad política solo puede ser desplegada en un contexto social atomista que resume la equivalencia de los hombres, es decir, que se aplica para instituir orden y crear un nuevo foco de institucionalidad política con un proyecto: el de hacer sentir la inclusión/igualdad/expansión de derechos que haga (o supuestamente haga) partícipe a la población que lo legitima: así para Rosanvallon se construye la autoridad.
[9] ESCALANTE MONTALVO, Fernando (1995), Ciudadanos Imaginarios. México: Colegio de México.
[10] POCOCK, Jhon (2002), El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la transición republicana atlántica. España: Tecnos. Se enfatiza dentro de este autor dos esferas para el despliegue de la política. Estas esferas surgen a raíz de la separación de lo público y lo privado; lo público hace referencia a la relación de la autoridad en la sociedad civil (público social) y el público estatal; lo privado se encierra dentro de las categorías del dogma personal y se pueden manifestar a través del debate y la argumentación.
[11] En el momento hobbesiano la república se verá entonces confrontada con otra forma de finitud: la radical indecibilidad de la legitimidad de sus fundamentos, tanto para Sánchez como para Mora –liberales y conservadores- debía de eliminarse el derecho de insurrección, esto que contradecía la posibilidad de orden. El derecho de insurrección se mostraría cada vez como algo no definible al mismo tiempo interminable: se necesitó un nuevo orden político centralizador, un ejecutivo fuerte que aplicaría a rajatabla la idea del pacto y de la razonabilidad.
[12] La derrota de México ante las tropas norteamericanas, hará que la viabilidad de la nación independiente del mismo sea puesta en cuestión. Todos los programas y proyectos ya no tendrían validez para este contexto y las certidumbres que impulsaron la revolución independista ya no explicaban nada. Con la derrota militar por parte de la invasión norteamericana en 1847, inicia el momento rousseauniano, donde se quiebra el sistema de las antinomias propias al concepto pactista de lo social.
[13] Contrario a estos postulados, Fernando Escalante Gonzalbo, muestra una construcción problemática y pesimista del Estado mexicano ya que los liberales tomaron como referencia el peso de la herencia colonial; los conservadores, en las consecuencias del espíritu moderno, y ambos en la educación. Pero detrás de su desencanto, de esa avergonzada conciencia y la inmoralidad, estaba siempre una fantasía: la del orden cívico tal como se imaginaba que sería en Europa o Estados Unidos. México se proyecta –según Escalante- hacia una cultura política emanada de Inglaterra.
[14] Las tres formas de entender los vaivenes de la opinión pública en Fernández de Lizardi: 1) como producto de la ilustración que comparte unas ideas con estos entornos de la variación del poder político; 2) es guía de la opinión pública de los sectores donde él tiene participación; 3) la principal forma de expresión para él: los panfletos, por ello fue perseguido por la Junta de Protección de la Libertad de Imprenta.
[15] PALTI, Elías (2005), Óp. Cit. p. 89.
[16] Conciliar/ homogenizar/ hegemonizar en una voz oficial/ legítima/ converger/ silenciar los disensos, todo ello son medidas políticas que apelan discursivamente al consenso político. Tanto Lizardi como Mora son los principales exponentes de la política mexicana pos independencia. Estos dos personajes a nivel político poco a poco van secularizando las posiciones escolásticas de la retórica y van encaminando a la razón en el terreno de la política. Un resultado clave en el periodo maquiavélico, surge la primera Constitución Política de México que representó en su momento el traslado de la retórica escolástica a una “escolástica constitucional”, en otras palabras, la Constitución se concibe como entre divino portador de la verdad: ir contra ella sería considerado como pecado político- público: todo agente político que intente tocarla para hacer el mal será declarado como ilegítimo.
[17] En este periodo se describe como el “influjo del constitucionalismo” donde el poder se fragmenta de múltiples dimensiones políticas, entre ellas el de la opinión pública. Para complementar la idea, véase: TIMMERMANN, Andreas (2012), “El concepto de “gobierno moderado” como hilo conductor del Constitucionalismo temprano de Hispanoamérica”. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, N°44, pp. 3-48. El punto de partida de Timmermann es la idea básica de que tanto la teoría como la práctica del Estado constitucional moderno occidental se orientan hacia un equilibrio de funciones, logrando una limitación del poder y un control constitucional recíproco, por un lado, y estableciendo un equilibrio político, siempre en situación de peligro, de las distintas fuerzas concurrentes, por el otro.
[18] El pluralismo se constituye como una nueva fuente del poder político mexicano que está distribuido en la sociedad, se da una apertura de esa contingencia restringida, se da límite al Estado, la Ley no está monopolizada por el Estado ya que cada uno tiene su cuota de poder. En general, se construye una empresa política de la opinión pública.
[19] En suma la verdad desde la posición de construcción jurídica reside para el primer momento en la escolástica; en el segundo momento, en la decisión del Imperio; en el tercero, en la Constitución; en el cuarto, en la insurrección. La nueva entrada que se da luego de ellas se da por medio de la instauración de la Dictadura. Desde la posición de GOLDMAN, Noemí (2009), Óp. Cít., el horizonte conceptual de la opinión pública que se traza contempló esencialmente la relación tripartito entre Dios, el Rey y lo público entendido como sinónimo de República o Vecinos que al igual que la coyuntura de Cádiz, la independencia y el advenimiento de las construcciones políticas estatales en los países de América Latina la connotación de la opinión pública adquiere el tinte político que se instituye como una retórica de autoridad para salvar de la barbarie a la sociedad que la aplica: la opinión pública en ese sentido se constituye como un nuevo poder político. Las olas de democratización como lo mencionaría Tilly se dan a nivel mundial en la segunda mitad del S.XIX, México no es ajeno a ello: luego de 1850 se le añade una opinión pública biologicista al terreno, el Estado se concibe como un cuerpo indisociable.
[20] TILLY, Charles (2010), Óp. Cit. p. 52.

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